Las oficinas del gerente y
sus directores se alzaban majestuosas en una sección apartada, reservada
únicamente para personal autorizado. Dos veces por semana, las empleadas de
mantenimiento ingresaban bajo estricta supervisión para llevar a cabo sus tareas
rutinarias de limpieza. Una de ellas se encargaba de recoger la basura y
trapear meticulosamente, mientras que la otra se aseguraba de eliminar
cualquier rastro de suciedad, pasando el plumero por cuadros, estantes y
escritorios con delicadeza.
Estas oficinas eran un
reflejo de elegancia, diseñadas para albergar a personal de alto rango. Los
detalles de los muebles y accesorios eran exquisitos. Los sillones neumáticos,
ergonómicos y forrados en cuero legítimo, brindaban un confort inigualable. Los
escritorios, importados directamente de Londres, estaban fabricados con
materiales de calidad como caoba, acero inoxidable y vidrio templado. Cuadros
artísticos originales adornaban las paredes, algunos exhibiendo fotos
conmemorativas, logros académicos y finos obsequios de empresas aliadas.
La oficina de la directora
regional, ubicada al frente del directorio, no difería en absoluto. Estaba
decorada con los mismos detalles originales, incluyendo un cuadro en 3D que
exhibía un pequeño encendedor de oro rojo regalado por China Gas Holdings de
Hong Kong a todo el equipo directivo.
Su hijo mayor, el favorito,
se casaba, algo que ella nunca pensó que ocurriría debido a su edad y al miedo
que sentía de verlo alejado de ella. Cuando conoció a la novia, no pudo ocultar
un tic desagradable que recorrió su rostro arrugado. Los años de vida difícil
como madre soltera le habían dado el derecho de expresar sin reservas lo que
pensaba, especialmente cuando se trataba de su hijo preferido.
La novia era bonita pero
algo pasada de peso y sin forma, aunque tenía un rostro amable. "Esas son
las peores", pensó ella. La novia se acercó de repente y la besó,
abrazándola en un gesto interminable que dejó el persistente olor a detergente
y lejía impregnado en sus ropas.
Después de la cena, el vino
fue descorchado y las botellas de cerveza se esparcieron por el suelo de la
sala como un accidente de tráfico. Fue una señal positiva. La novia encajaba
perfectamente en la familia. No solo estaba vestida con ropa impecable, sino
que también disfrutaba de una buena comida y tenía la capacidad de soportar el
alcohol hasta altas horas de la noche. Sin duda, un buen augurio.
La madre se encargó de
organizar la boda de su hijo con entusiasmo. Invitó a todo el vecindario,
aseguró la comida y las bebidas, y contó con la ayuda económica del tío y la
familia de la novia. Solo faltaba el viaje de luna de miel, algo que ilusionaba
a la madre mientras veía sus telenovelas turcas. Sin embargo, el dinero no
alcanzaba. Su hijo intentó minimizar el hecho, pero su corazón le decía que su
Kiko se merecía ese viaje. Era imprescindible que viajaran a su luna de miel
juntos.
El autobús esperaba a las
últimas dos empleadas. Siempre eran las más rezagadas del grupo, corriendo y
cambiándose apresuradamente en el vestuario. Juanita notó que su compañera,
María, parecía más distraída que nunca. Era su último día de trabajo antes de
las vacaciones, pero eso no justificaba su apatía durante toda la jornada.
María se había olvidado de pasar el plumero en dos oficinas y no había recogido
la basura del cubo en el directorio.
"¡Apúrate, María! ¡El
autobús nos va a dejar!", exclamó Juanita impaciente.
Mientras María se cambiaba
en el vestuario, su mente estaba enfocada en una sola cosa: el vigilante que
revisaba las pertenencias de los empleados a la salida. Era la única amenaza
que podía arruinar el tan ansiado viaje de luna de miel de su hijo.
El nombre de GMC
Contratistas brillaba en la pantalla del teléfono. Era un cliente antiguo,
pensó mientras contestaba la llamada. "Hola, buenas tardes. ¿Cuánto tiempo
ha pasado?"
"Hola. ¿Qué tal? Sí,
necesito dos evaluaciones lo más pronto posible", dijo el cliente.
"Claro, ¿qué ha
sucedido?", preguntó el Poligrafista.
"Voy a enviarte a dos
empleadas encargadas de la limpieza de la zona VIP. Hemos perdido un dije de
oro en la oficina de la directora regional, y dado que es una zona supervisada,
lo más probable es que una de ellas sea la responsable del robo", explicó
el cliente.
"¿Un dije de oro? ¿En
serio?", expresó sorprendido.
Dos mujeres de aspecto
sencillo y nerviosas se presentaron en el lugar acordado. Aunque parecían
despistadas, la tensión y el miedo se reflejaban en sus rostros. Ambas se
sometieron a las evaluaciones correspondientes, y aunque no habían robado, su
reticencia a proporcionar información las convertía en cómplices potenciales.
A pesar del trato amable y
de la experiencia en la realización de procedimientos delicados en los que el
honor de las personas estaba en juego, la parafernalia del polígrafo a veces
resultaba intimidante y podía influir negativamente.
Sin embargo, por su amplia
experiencia, el evaluador sabía que al final, los honestos siempre saldrían
adelante, sin importar las demandas a las que se enfrentaran.
Los informes indicaron que
no se detectaron reacciones engañosas en ninguna de las dos evaluadas,
sorprendiendo al cliente. No podía ser. Los analistas de seguridad, tanto del
contratista como del cliente, habían llegado a la conclusión de que el personal
de limpieza era responsable del robo. Parecía que el polígrafo había fallado en
esta ocasión.
Quince días después, el
celular volvió a sonar, anunciando la llamada del mismo cliente que
anteriormente había pagado las dos últimas pruebas sin comentarios adicionales.
La voz del cliente no brindaba muchas pistas, pero lo que le dijo al escritor
lo dejó perplejo.
Una tercera empleada iba a
someterse a la prueba. Era María, la misma que no había sido considerada
anteriormente en las evaluaciones debido a que se había ido de vacaciones un día antes.